Javier G. Castillo R., S.J.
Secretario ejecutivo Comisión V Centenario San Francisco Javier
Secretario ejecutivo Comisión V Centenario San Francisco Javier
Hace 500 años, un 7 de abril, en la pequeña villa de Javier en Navarra, nacía, en el hogar de Juan de Jaso y María Azpilcueta, un niño a quien llamarían Francisco. Era el menor de los cinco hermanos; sin embargo, sus gestas misioneras lo harán, sin duda, el más grande de su familia.
Su infancia transcurre en medio de las turbulencias de la confrontación entre las tropas de Navarra y de Castilla que se disputaban el dominio de aquella región fronteriza que la hacía importante desde el punto de vista militar y comercial. El joven Francisco, a diferencia de sus hermanos, no llegaría a tomar parte en la filas; su destino estaba en las letras y en algún alto cargo eclesiástico. Esta vocación lo lleva a París donde su vida cambiará de rumbo cuando, al encontrarse con Ignacio de Loyola, su compañero de habitación en el Colegio de Santa Bárbara, comprende que de nada le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma. El tesón de Ignacio, la apertura de Francisco y la acción de la gracia de Dios les hará a estos dos ser, junto con otros siete compañeros, fundadores de la Compañía de Jesús.
De su historia sabemos mucho: sus estudios en París, su destino a las Indias Orientales y sus innumerables proezas como misionero incansable. En estas páginas no quiero detenerme en la figura de Javier sino en tres elementos que, a mi juicio, son motivo de reflexión para quienes seguimos en el camino de la vida anunciando la buena nueva de Jesús de Nazaret.
La confianza en Dios: Javier fue un aventurero valiente, no se arredraba ante las posibles enfermedades, ante las fieras del campo o ante las tribus que en aquellas lejanas tierras veían a los hombres blancos como enemigos. La certeza de tener consigo la protección de Dios le hacía lanzarse a la aventura de lo desconocido pues nada ni nadie le podía apartar del amor de Cristo. Son muchas las páginas de su vida en las que se le ve acudiendo a lugares donde nadie antes se había atrevido a ir pues él sabía que Dios era su refugio y su fortaleza.
Para quienes seguimos hoy en la misión, el testimonio de Javier es interpelante pues en ocasiones parece que colocamos la confianza en lo poco que podemos hacer nosotros y no en el poder transformador del Evangelio. Terminamos colocando la eficacia del anuncio en nuestras cualidades sin detenernos a pensar que somos siervos inútiles que sólo hemos hecho lo que debíamos hacer. El anuncio del Evangelio no niega la intervención y la colaboración de los hombres pero la eficacia no está en las técnicas, la sapiencia o la fama del predicador, sino en la capacidad que éstos tengan de transparentar la divinidad para que los hombres y las mujeres destinatarios de su anuncio se abran al acontecer de Dios en ellos.
El diálogo como lugar del encuentro: Juan XIII desde sus tiempos de legado pontificio en Bulgaria, Grecia y Turquía insistió a tiempo y destiempo sobre la necesidad del diálogo para remozar la vida y misión de la Iglesia. Nos urgía a abrir el corazón y la mente a otras formas de relacionarse con Dios y a las culturas, diferentes a la de occidente, como lugares donde acontece la salvación ofrecida por Jesús. Pues bien, Javier, siglos atrás se adelantaba al gran papa Juan abriéndose al diálogo con las religiones de la India y del Japón. Su apertura respetuosa a las otras religiones es una de las primeras páginas de ecumenismo y de diálogo interreligioso. ¿Cómo no recordar sus diálogos profundos con los bonzos? En la esquina de la interculturalidad llama la atención como Javier empleaba las formas arraigadas en las comunidades que visitaba para transmitir, desde ese lenguaje y desde esa simbólica, las verdades en las que creía y se sentía llamado a anunciar. Javier no demoró en utilizar la música, los gestos y la lengua de los pueblos. Se hacía uno con todos.
Para el siglo XXI, aunque se ha hablado mucho de este tema, creo que nos falta ahondar más. El diálogo no puede ser sólo para que nos escuchen; es también para escuchar desde el más hondo respeto a las diferencias.
Opción por los más pobres: En la India, Javier es tenido como héroe nacional. ¿Por qué? Porque cuando él, siendo representante del Papa y enviado por el Rey de Portugal, no se quedaba callado sino que se empleaba para denunciar los atropellos que los portugueses hacían a los indios. Su amor a los pobres le hacía incluso ponerse en contra de sus paisanos pues la dignidad de los hombres es más grande que los países y ante la conculcación de los derechos fundamentales de las personas el misionero no puede hacer más que levantar su voz pues la sangre de los hermanos clama al Dios del cielo: justicia...
La opción por los pobres hoy como ayer no es un divertimento teológico, es tomar en serio la opción que hizo Dios por los más débiles, por los excluidos.
Javier es interpelante, inquietante. Que este Quinto Centenario no sea una evocación bucólica y, si se quiere, folclórica del santo sino un momento de gracia para revivir el ardor que llevó a Javier a abrir su corazón para ir por todo el mundo a anunciar el Evangelio.

