Mn. Miquel
Está todavía muy viva en nuestros recuerdos la visita del Papa a Valencia para clausurar el V Encuentro Mundial de las Familias, bajo el sugerente tema de “La familia, transmisora de fe”.
La familia actualmente está fuertemente combatida por toda una serie de nuevos textos legislativos que rebajan su dignidad, especialmente en España, dada la equiparación del matrimonio homosexual a la misma altura del de un hombre y una mujer. El matrimonio como tal ya no existe en nuestra legislación porque ya no es la unión de un hombre y una mujer sino la unión de una pareja, sea del mismo sexo o de sexo contrario.
El fundamento de la familia es la unión del hombre con la mujer. Es un hecho universal, que abarca a todas las culturas, incluso las más primigenias, que estaba firmemente establecido en el Derecho Romano.
Su autor es el mismo Dios. Nos lo dicen los capítulos primero y segundo del Génesis. El primer capítulo lo describe así: “Al sexto día de la creación, dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo diciéndoles: Sed fecundos y multiplicaos. Llenad la tierra y dominadla”.
El otro relato de la creación del hombre y de la mujer está en el capítulo segundo, cuando “dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo y entonces hizo pasar por delante del hombre a todos los animales y éste les puso nombre, pero el hombre no encontró quién se acomodara a él. Entonces Yahvé hizo caer al hombre en un profundo sopor y le quitó una de sus costillas y, de la costilla que había extraído al hombre, formó la mujer y la presentó al hombre. El hombre exclamó: Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará varona porque del varón ha sido tomada. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”.
Por tanto, la institución del matrimonio, aceptada por todas las culturas y religiones, fundamento de la familia, proviene del mismo Dios. Y no hay poder humano, ni decisión humana, por muy democráticamente que haya sido tomada, que pueda enmendar la obra de Dios.
Esto no quiere decir que podamos inhibirnos ante esta nueva situación planteada y que suscita especialmente nuestra legislación. Al contrario, es necesario fortalecer a la familia y luchar contra todo lo que rebaje su dignidad y fomente su desunión, sobre todo en los jóvenes que quieren contraer matrimonio. Es necesario crear en ellos un ambiente de serenidad y reflexión para que se comprometan a unir sus vidas para siempre, como una vocación recibida, una consagración a Dios por medio del matrimonio, consagración en el amor santificado, en la ayuda mutua, en la fidelidad, para que sean capaces de superar todos los obstáculos que se les puedan presentar.
