Isabel Ordóñez
http://www.forumlibertas.com
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El auge de la utilización de biocombustibles para contrarrestar los efectos del cambio climático genera un intenso debate entre sus defensores y detractores. Por un lado, los productores de cereales ven con buenos ojos el incremento del consumo de bioenergía; pero, por otro, los ganaderos y consumidores se quejan del encarecimiento del pienso y los alimentos.
Sin embargo, el ‘petróleo verde’ puede convertirse también en un benefactor de las regiones más desfavorecidas al potenciar la agricultura y poder suministrar energía moderna a un tercio de la población mundial.
El enorme potencial del sector bioenergético para reducir la pobreza y el hambre en el mundo es analizado por Jacques Diouf, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en un artículo publicado recientemente en el diario El país.
“Si se utiliza de forma adecuada, la bioenergía nos ofrece una oportunidad histórica de acelerar el crecimiento de muchos de los países más pobres del mundo”, afirma Diouf. El experto cree que si se toman ahora “las decisiones adecuadas y se establecen las políticas correctas” se podría alcanzar esta meta de gran trascendencia para los países pobres. Es necesario desarrollar en este sentido “con urgencia una estrategia internacional para la bioenergía”. De no ser así, se corre el peligro de producir el efecto contrario: “una mayor pobreza y mayor daño al medio ambiente”.
Diouf propone adoptar seis medidas para que el incremento de la producción de biocombustibles pueda beneficiar a los países pobres:
1. La producción, para los países en vías de desarrollo. La estrategia adoptada debe asegurar que un porcentaje importante de los biocombustibles producidos por este mercado sea generado por los agricultores de países en vías de desarrollo. Este colectivo de trabajadores viene a representar el 70% de los pobres que habitan el planeta.
2. Acceso de los agricultores pobres al mercado internacional. La estrategia global debe incluir políticas que fomenten el acceso de los pobres que desarrollan su actividad en el ámbito rural al mercado internacional de la bioenergía. Para ello es necesario eliminar las barreras comerciales que determinados países de la OCDE aplican a las importaciones de etanol.
3. Organización de los pequeños campesinos. También se hace imprescindible que los pequeños agricultores puedan organizarse entre ellos para producir, procesar y comercializar sus cultivos de forma que puedan suministrar bioenergía a una escala suficientemente competitiva. Deben tener, pues, acceso a créditos y microcréditos que les permitan organizarse en cooperativas.
4. Certificación medioambiental. Se requiere también un sistema de certificación que permita asegurar que los biocombustibles se venderán sólo si gozan de los requisitos medioambientales necesarios. Se promovería de esta manera la producción a cargo de pequeños campesinos que tradicionalmente utilizan sistemas agrícolas complejos y biodiversificados, en contraposición a las grandes explotaciones que practican el monocultivo.
5. Dos mil millones de favorecidos. Asegura Diouf en su artículo que “centrar el debate exclusivamente en los biocombustibles para el transporte supone, por lo tanto, dejar de lado una gran parte del potencial que tiene la bioenergía para la reducción de la pobreza”. “Este potencial reside más en ayudar a dos mil millones de personas a producir su propia electricidad y cubrir otras necesidades energéticas que en mantener 800 millones de automóviles y camiones circulando por las carreteras”, afirma. Ayudar a esos dos mil millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día a “obtener una bioenergía accesible, hecha en casa y sostenible a nivel medioambiental, representaría un espectacular paso adelante en su desarrollo”.
6. Contrarrestar el incremento del precio del petróleo. El director general de la FAO deja constancia de la urgencia de promover esta transformación, debido principalmente al “aumento del 300% en los precios del petróleo registrado en los últimos años”; un incremento que “supone una carga abrumadora para las economías de los países más pobres del mundo”.
Diouf considera que se debe abordar urgentemente el problema en “una reunión de alto nivel, como muy tarde el próximo verano, para establecer las reglas básicas del mercado internacional de la bioenergía”. Se trata de evitar “que los ricos se hagan aún más ricos, empobreciendo más a los que sufren de pobreza crónica y produciendo un daño mayor a un medio ambiente cada día más frágil”, concluye.
Los productores de cereales están satisfechos con la subida de los precios, pero los ganaderos protestan porque el pienso es más caro. Además, los esfuerzos por pasar de los combustibles tradicionales a los biológicos podrían causar un incremento de los precios de los alimentos en general y de la deforestación a nivel mundial, según un reciente informe británico.
Desde el sector de la producción de cereales, Alejandro Domingo, responsable del sector de los herbáceos del sindicato agrario Unió de Pagesos (UP), se muestra “muy satisfecho” con los precios alcanzados este año. “Nunca antes había visto en plena campaña unas cotizaciones tan elevadas”, asegura el responsable del sindicato agrario catalán. Según cotizaciones de Mercolleida, los precios actuales del trigo y la cebada son un 39% más altos que los de un año atrás.
Para atenuar los altos precios y la baja oferta de cereal, la Unión Europea, a través de la comisaria de Agricultura y Desarrollo Rural, Mariann Fischer Boel, propuso el pasado 16 de julio fijar en un 0% el porcentaje obligatorio de retiradas de tierras para las siembras de otoño del 2007 y la primavera del 2008. Los productores de cereal tienen la obligación actualmente de dejar de cultivar un 10% del área de siembra para poder optar a los pagos directos. Esta práctica se conoce en el sector como barbecho obligatorio. Según Fischer Boel, esta propuesta debe verse como “una respuesta” que contribuirá a aliviar las tensiones en el mercado. Además, los agricultores que lo deseen podrán seguir retirando voluntariamente una parte de su área de cultivo.
Desde el sector ganadero, sin embargo, las reacciones no se han hecho esperar. Insisten en adoptar medidas que empujen los precios a la baja y Javier López, gerente nacional de la Asociación Española de Productores de Vacuno de Carne (Asoprovac), afirma que la medida de la UE es “de lo más lógico”. “La Comisión se ha dado cuenta de que a corto plazo subirá el precio de los alimentos en el conjunto de Europa y por eso ha empezado a aplicar medidas paliativas y la primera ha sido quitar el barbecho obligatorio”, asegura López. Sin embargo, el gerente de Asoprovac no confía en que sólo con esta decisión se contribuya a solucionar de forma efectiva las tensiones en el mercado.
De la misma opinión es Jordi Ciuraneta, responsable del sector ganadero de la Federació de Cooperatives Agràries de Catalunya (FCAC). Para Ciuraneta la propuesta es positiva, pero “sólo es una acción puntual”, y no confía en que “a corto plazo la medida acabe afectando el mercado”. Ciuraneta añade que “la ganadería está en una situación límite”.
Los costes en concepto de alimentación se han encarecido entre un 25% y un 30% en tan sólo un año, según cifras facilitadas por Asoprovac, y este incremento de los costes no se ha trasladado al consumidor final. López calcula que desde abril el productor de vacuno de carne está perdiendo entre 100 y 120 euros por cabeza sacrificada.
Mientras tanto, desde la Unión Europea se pretende que antes del año 2020 el 10% del combustible usado en automóviles provenga de biocombustibles. Sin embargo, hace dos meses un informe de la compañía de seguros éticos Co-op Insurance Society ya indicaba que la consecución de este objetivo podría tener un grave impacto medioambiental. La fabricación de biocombustibles podría provocar una disminución de las tierras disponibles para la producción de alimentos en países donde ya hay hambruna. “Se están destruyendo bosques tropicales para sembrar cultivos destinados a la elaboración de biocombustibles”, manifestó entonces el catedrático Dieter Helm, un alto asesor del gobierno británico.
