Información extraída de la web oficial Lourdes 2008
En la mitad del siglo XIX Lourdes era una población de unos 4.000 habitantes que en sus alrededores tenía numerosos molinos junto al torrente Lapaca que desemboca en el rio Gave. Bernadette Soubirous nació en uno de ellos, el Molino de Boly, el 7 de enero de 1844 y vivió allí 10 años con sus padres que eran molineros. Ella recordaba ese lugar como “el molino de la felicidad”, porque allí descubrió algo muy importante: el amor humano. A menudo decía: “Papá y mamá se aman”. Esta experiencia la hizo una joven profundamente equilibrada, sobre todo en el momento de la prueba, de la miseria y de la enfermedad.
A partir de 1854, varios acontecimientos trastornaron la vida de la familia de Bernadette. Primero, en un desgraciado accidente de trabajo, François Soubirous, quedó tuerto al saltarle a un ojo un pedazo de piedra del molino. Luego, falsamente acusado por el panadero de Lourdes de haber robado dos sacos de harina, tuvo que pasar ocho días en la cárcel. Más tarde, dos años de sequía impidieron las cosechas de trigo y dejaron a los molineros en el paro. Finalmente, ya en plena revolución industrial, aparecieron los nuevos molinos de vapor con los que no podían competir los tradicionales molinos de agua que se fueron a la ruina.
Al mismo tiempo, una epidemia de cólera se abatió sobre Lourdes, causando varias muertes. Bernadette se vio afectada por esta enfermedad y sufrió sus consecuencias durante toda su vida.
Los Soubirous, sumidos en la extrema miseria, se quedaron sin trabajo y sin vivienda. Un primo, Andrés Sajous, los recogió, de limosna, en una habitación de unos 16 metros cuadrados, que en realidad era una antigua cárcel abandonada por insalubre. Se instalaron allí a comienzos del invierno de 1857 y sólo disponían de una cama para los padres y otra para los cuatro hijos, además de un baúl y algunas banquetas.
Marcada y herida por los acontecimientos que llevaron a su familia a la marginación social, Bernadette fue víctima de un doble sentimiento de exclusión. En el pueblo la señalaban con el dedo como a la que vivía en el calabozo y, como su padre había pasado una semana en la cárcel, la llamaban la hija del ladrón Soubirous.
Todos los domingos iba a misa a la parroquia pero, a diferencia de sus compañeras, no podía ir a comulgar porque, aunque ya tenía catorce años, no había hecho la primera comunión. La enfermedad y el trabajo le impidieron ir a la escuela y no sabía leer ni escribir. Tampoco hablaba bien en francés, porque sólo conocía el dialecto local “patois” y el catecismo se enseñaba en francés.
En noviembre de 1857, los Soubirous aceptaron la propuesta de María Lagüs, la antigua nodriza de Bernadette, para que ésta fuera como criada a su casa, en Bartrès, un pueblecito cerca de Lourdes, pero el deseo de hacer la primera comunión hizo que Bernadette regresara al “calabozo” en enero de 1858, pocas semanas antes de la primera aparición.
El jueves, 11 de febrero de 1858, acompañada de su hermana y de una amiga, Bernadette se dirigió a la Gruta de Massabielle, junto al rio Gave, para recoger leña, ramas secas y pequeños troncos. Mientras se descalzaba para cruzar el arroyo, oyó un ruido como de una ráfaga de viento y levantó la cabeza hacia la Gruta. Lo que vio lo describió ella misma de esta manera: “Vi a una señora vestida de blanco que llevaba un vestido blanco, un velo, también de color blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie”. Bernadette, emocionada, hizo la señal de la cruz y rezó el rosario ante la Señora. Terminada la oración, la Señora desapareció.
Cuando explicó a sus padres lo sucedido, éstos le prohibieron que volviera a aquellos parajes, pero ella sentía como una fuerza interior que la empujaba a volver a la Gruta. Debido a su insistencia, su madre le permitió volver y el domingo 14 de febrero, después de la primera decena del rosario, Bernadette vio aparecer la misma Señora. La niña le echó agua bendita y la Señora sonrió e inclinó la cabeza. Termi-nado el rosario, la Señora desapareció.
El jueves 18 de febrero, Bernadette al ver a la Señora, le ofreció un papel y una pluma pidiéndole que escribiera su nombre. La Señora le habló por primera vez diciéndole: “No es necesario” y luego añadió: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro. ¿Quieres hacerme el favor de venir aquí durante quince días?”
La aparición del viernes 19 de febrero fue breve y silenciosa. Bernadette llegó a la Gruta con una vela bendecida y encendida. De aquel gesto nació la costumbre de llevar velas para encenderlas ante la Gruta.
Después de la aparición del sábado 20 de febrero, Bernadette explicó que la Señora le había enseñado una oración personal. Al terminar la visión, una gran tristeza invadió a Bernadette.
El domingo 21 de febrero Bernadette acudió por la mañana temprano a la Gruta acompañada por un centenar de personas, pero sólo Bernadette vio a la Señora. Aquel mismo día, el comisario de policía Jacomet la interrogó, porque quería saber lo que había visto, pero Bernadette no hablaba más que de “aquero” que en su dialecto local significa “aquello”.
El martes 23 de febrero, rodeada por unas ciento cincuenta personas, Bernadette se dirigió hacia la Gruta y la Señora le comunicó un secreto, una confidencia que no explicó a nadie porque “era sólo para ella y sólo a ella le incumbía”.
El mensaje que le dió la Señora el miércoles 24 de febrero fue “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores!”
El jueves 25 de febrero se reunieron en aquél lugar unas trescientas personas. Bernadette les contó: “La Señora me dijo que fuera a beber a la fuente. No encontré más que un poco de agua fangosa. Al cuarto intento, conseguí beber. Me mandó también que comiera hierba que había cerca de la fuente y luego desapareció”. La muchedumbre le preguntaba “¿Sabes que la gente cree que estás loca por hacer tales cosas?” y Bernadette sólo contestaba: “Es por los pecadores”.
El sábado 27 de febrero se reunieron unas ochocientas personas. Bernadette bebió agua del manantial y la Señora permaneció silenciosa.
El domingo 28 de febrero la concurrencia llegó a las mil personas. Bernadette rezó, besó la tierra y se arrastró de rodillas en señal de penitencia. A continuación la llevaron a casa del juez Ribes que la amenazó con meterla en la cárcel.
El lunes 1 de marzo se produjo el primer milagro. Por la mañana, acudieron a la Gruta unas mil quinientas personas y, entre ellas, por primera vez, un sacerdote. Luego, por la noche, Catalina Latapie, una amiga de Bernadette, acudió a la Gruta, mojó su brazo dislocado en el agua del manantial y el brazo y la mano recuperaron su agilidad.
El martes 2 de marzo Bernadette explicó al cura Peyramale, párroco de Lourdes, que la Señora le había dado este encargo: “Vete a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y que se venga en procesión.” El párroco quería que Bernadette le dijera el nombre de la Señora. Además, le dijo que, si realmente se trataba de algo milagroso, esperaba que se produjera un milagro de prueba, como por ejemplo, que floreciera en invierno el rosal silvestre de la Gruta.
A las siete de la mañana del miércoles 3 de marzo fueron unas tres mil personas las que se encaminaron a la Gruta con Bernadette pero la Señora no apareció. Por la tarde, al salir del colegio, sintió la llamada interior de la Señora y acudió a la Gruta y entonces sí la vio y le volvió a preguntar su nombre. La respuesta fue una sonrisa. Más tarde, el párroco Peyramale le repitió: “Si de verdad la Señora quiere una capilla, que diga su nombre y haga florecer el rosal de la Gruta.”
El jueves 4 de marzo fue el día más esperado porque ya habían pasado los quince días. El gentío era muy numeroso, unas ocho mil personas esperando un milagro. La Señora permaneció silenciosa y el párroco se mantuvo en su postura. Durante los veinte días siguientes, Bernadette no acudió a la Gruta, hasta que el jueves 25 de marzo la Señora, por fin, reveló su nombre. Pero el rosal silvestre sobre el cual posaba los pies durante las apariciones no florecía. Bernadette lo describió así: “Levantó los ojos hacia el cielo, juntando, en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo y me dijo: Que soy era Immaculada Councepciou”. Bernadette salió corriendo, repitiendo sin cesar, por el camino, aquellas palabras que no ella no entiendía a pesar de que las había oído en su propia lengua local. No obstante, estas palabras conmovieron al buen párroco, ya que lo que Bernadette ignoraba era la expresión teológica que sirve para nombrar a la Santísima Virgen. Solo cuatro años antes, en 1854, el papa Pío IX había declarado aquella expresión como verdad de fe, un dogma.
Durante la aparición del miércoles 7 de abril, Bernadette sostiene en la mano su vela encendida y, en un cierto momento, la llama lame su mano sin quemarla. Este hecho es inmediatamente constatado por el médico, el doctor Douzous.
El jueves 16 de julio tuvo lugar la última aparición. Bernadette sentía interiormente el misterioso llamamiento de la Virgen y se dirigía a la Gruta; pero el acceso estaba prohibido y la gruta vallada. Se dirigió, pues, al otro lado del río Gave, enfrente de la Gruta. Su último encuentro con la Señora lo describió así: “Me parecía que estaba delante de la Gruta, a la misma distancia que las otras veces; no veía más que a la Virgen. ¡Jamás la había visto tan bella”.