8 d’abril del 2008

ITE-125. Tiempo Pascual

Mn. Miquel

En este tiempo en que saboreamos la resurrección de Jesucristo, la Iglesia es, más que nunca, aun cuando siempre lo es, la Comunidad de los que creen en Jesucristo resucitado.
Sabemos que la Iglesia ya ha entrado inicialmente en la vida de la resurrección, como también hemos entrado nosotros. En el bautismo, misteriosamente ya morimos con Cristo para resucitar con él. En el bautismo nos injertamos con Cristo y, como dice San Pablo, si tenemos el espíritu de Cristo, resucitaremos con él; si tenemos su espíritu, Dios nos resucitará en el último día. Esta vida nueva, esta resurrección es obra de Dios, no es cosa nuestra ni de nuestras buenas obras.
Nuestra participación en la misa dominical es una participación en Jesús resucitado. Nuestra unión íntima con Jesucristo, por medio de la comunión de su cuerpo y sangre, tiene que abrir nuestras puertas a una comunión más fraterna entre nosotros mismos y con todos nuestros hermanos en la fe, habiten en el lugar que sea, y vivir las inquietudes y los sufrimientos de todos nuestros hermanos.
Precisamente en los días anteriores a la Pascua hemos conocido el secuestro y asesinato del obispo copto católico de Mosul, en Irak, y, después de la Pascua, en un semanario de información religiosa hemos leído la detención, el encarcelamiento y el posterior fusilamiento de un joven árabe saudita, por haber abrazado la fe cristiana.
Es precisamente la eucaristía dominical, el día del Señor, donde tendríamos que vivir con mayor intensidad de la que seguramente vivimos, la alegría de ser miembros de una Iglesia católica que se reúne, adora y reza, seamos pocos o muchos. Sentir la gran misericordia de Dios que, desde el bautismo, nos ha llamado a ser parte de su pueblo y nos ha dado una heredad que nadie puede arrebatarnos, a no ser que seamos nosotros mismos.
Esto ha de ser para nosotros un motivo de consuelo para nuestra aflicciones humanas en esta vida terrenal. Dios puede servirse de estas desazones temporales para robustecer nuestra misma fe, nuestra adhesión personal a él y, el premio, en cambio, será la vida nueva, la vida eterna.