Del libro LA SAL DE LA TIERRA, publicado por Ediciones Palabra. Reproducido con permiso del editor.
Alegría en la fe
El periodista Peter Seewald dice:
─ La verdad sobre Dios y el hombre, vista desde fuera, casi siempre parece triste y difícil de comprender. ¿La fe es, tal vez, sólo para naturalezas fuertes? ¿Cómo es posible entonces encontrar alegría en la fe?
Joseph Ratzinger responde:
─ Yo afirmaría lo contrario: la fe es una fuente de alegría: Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo resulta aburrido y nada satisface. En la actualidad se comprueba fácilmente que un mundo sin Dios se vacía cada vez más, y más necesidad tiene de consumismo, y se convierte en un mundo sin alegría. El máximo gozo se da siempre que hay un gran amor, y en eso consiste exactamente la afirmación esencial de la fe: somos amados por Dios de modo absoluto. Él es un amante fiel. También por eso el cristianismo tuvo su primera difusión sobre todo entre los débiles y los enfermos.
Claro está que también se podría dar de esto una interpretación marxista, y decir que sólo son palabras de consuelo y no de revolución; pero no veo justificado que nos preocupen ahora estos eslóganes ya superados. El cristianismo ha logrado crear entre señores y esclavos una relación totalmente nueva; de tal modo que Pablo pudo ya escribir a un amo: “no castigues a tu esclavo, porque ahora es tu hermano”.
Así que podemos decir que la alegría es el elemento constitutivo del cristianismo. Alegría, no en el sentido de diversión superficial, que puede ocultar en su fondo la desesperación. Sabemos bien que el alboroto es, a menudo, una máscara de la desesperación. Me refiero a la alegría propiamente dicha, que es compatible con las dificultades de nuestra existencia, y contribuye a hacerla más fácil. En el Evangelio, la historia de Jesucristo empieza con las palabras que el ángel dirigió a María, en forma de saludo: “¡Alégrate!”. Y, en la noche de su Nacimiento, los ángeles también repetían: “os anunciamos una gran alegría”. Y el propio Jesús dice que viene a traernos una buena nueva, es decir, que el reiterado núcleo de su mensaje es siempre este: vengo a anunciaros una gran alegría, Dios está aquí, os ama y esto es para siempre.
Alegría en la fe
El periodista Peter Seewald dice:
─ La verdad sobre Dios y el hombre, vista desde fuera, casi siempre parece triste y difícil de comprender. ¿La fe es, tal vez, sólo para naturalezas fuertes? ¿Cómo es posible entonces encontrar alegría en la fe?
Joseph Ratzinger responde:
─ Yo afirmaría lo contrario: la fe es una fuente de alegría: Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo resulta aburrido y nada satisface. En la actualidad se comprueba fácilmente que un mundo sin Dios se vacía cada vez más, y más necesidad tiene de consumismo, y se convierte en un mundo sin alegría. El máximo gozo se da siempre que hay un gran amor, y en eso consiste exactamente la afirmación esencial de la fe: somos amados por Dios de modo absoluto. Él es un amante fiel. También por eso el cristianismo tuvo su primera difusión sobre todo entre los débiles y los enfermos.
Claro está que también se podría dar de esto una interpretación marxista, y decir que sólo son palabras de consuelo y no de revolución; pero no veo justificado que nos preocupen ahora estos eslóganes ya superados. El cristianismo ha logrado crear entre señores y esclavos una relación totalmente nueva; de tal modo que Pablo pudo ya escribir a un amo: “no castigues a tu esclavo, porque ahora es tu hermano”.
Así que podemos decir que la alegría es el elemento constitutivo del cristianismo. Alegría, no en el sentido de diversión superficial, que puede ocultar en su fondo la desesperación. Sabemos bien que el alboroto es, a menudo, una máscara de la desesperación. Me refiero a la alegría propiamente dicha, que es compatible con las dificultades de nuestra existencia, y contribuye a hacerla más fácil. En el Evangelio, la historia de Jesucristo empieza con las palabras que el ángel dirigió a María, en forma de saludo: “¡Alégrate!”. Y, en la noche de su Nacimiento, los ángeles también repetían: “os anunciamos una gran alegría”. Y el propio Jesús dice que viene a traernos una buena nueva, es decir, que el reiterado núcleo de su mensaje es siempre este: vengo a anunciaros una gran alegría, Dios está aquí, os ama y esto es para siempre.
