Directora del Centro Internacional Trabajo y Familia del IESE
La prensa, la opinión pública e incluso la literatura barata nacida de algunos medios de comunicación, intenta recordarnos constantemente que las mujeres nos hemos vuelto locas y sólo pensamos en reivindicar derechos y banderas.
Antes, en los años sesenta, la píldora y la revolución sexual; ahora la realización profesional a toda costa y por encima de todo. ¿Qué quieren estas mujeres, a las que sus abuelas consiguieron ya el derecho a votar a principios de siglo?
Aunque vayamos al gimnasio y suspiremos por un cuerpo de infarto, aunque soportemos sobre nuestras espaldas, separaciones, divorcios, disputas, romances, e incluso carreras por el poder; lo que de verdad queremos es poder guardar en el bolsillo la piedra filosofal de Harry Potter, y mirarla embobadas de vez en cuando pensando que somos felices.
En la era post-yuppie y con algunas patologías laborales que darían risa si no fuese porque son muy serias -como el workaholic y el síndrome del burnout- lo que de verdad nos preocupa a las mujeres -como a cualquier ser humano- es sentirnos amadas y por lo tanto seguras. Digo “sentirnos” porque la mayoría estamos ya felizmente insertas en una familia, en un entorno social y en una empresa pero apenas tenemos tiempo para “saborear” o “sentir” esta realidad.
Las mujeres del siglo XXI no demandamos votos, píldoras, bonus, direcciones generales ni siquiera hombres perfectos. Las mujeres, siempre tan realistas aunque parezcamos muy románticas, demandamos tiempo. Se han dado cuenta hasta los políticos y ahí está la ley de conciliación entre la vida profesional y laboral. Empiezan a analizarlo como fenómeno, los sesudos expertos en recursos humanos de las empresas; y hasta algunas recalcitrantes famosas, reinas del papel couché, se atreven a declarar en titulares que es la familia, más que el éxito, lo que las hizo de verdad felices.
Está claro -y esta es mi opinión- que nos encontramos ante una revolución silenciosa e inesperada: la revolución de la vida ordinaria. “¿En qué piensan las mujeres?” se preguntan algunos. Yo puedo responderles que en lo que más pensamos es en aquello que más deseamos: la vida familiar robada por el espejuelo de un status laboral que además casi siempre tiene techo de cristal.
Queremos la libertad de poder poner en un currículum vitae: casada y con un hijo; quedarnos embarazadas o decir que vamos a estarlo en breve; y ser además reconocidas como algo más que una fuerza de trabajo cualificada, interesante, eficiente y complementaria al varón. En definitiva aspiramos no sólo a no esconder nuestra familia sino a hacerla compatible con nuestro trabajo profesional; logrando a la vez que esto no sea el resultado de una batalla particular, sino el reconocimiento de un derecho social; porque el hombre, la mujer, tienen derecho a vivir en sociedad... y también en una familia.
Las mujeres pensamos, mejor dicho, soñamos con políticos, empresarios y agentes sociales que apuesten por ese valor de renta fija pero a largo plazo que es la maternidad. Que ingenien, que ingeniemos, soluciones y modos de reducir el “costo” -es triste decirlo así- de los hijos que una mujer pueda tener a lo largo de su vida laboral. Pongamos imaginación, huyamos de lo fácil. Apostemos señores, por la verdadera sociedad del bienestar.
